#ElPerúQueQueremos

Quería contarte algo, Papá

Publicado: 2010-10-08

¿En qué momento se jodió el Perú? Siempre me hacías esa pregunta en las largas conversaciones que tuvimos mientras íbamos a las Malvinas a comprar cosas, luego de ir a la farmacia universal, en donde comprabas los implementos para tu ecógrafo y  las cosas para tu consultorio. Pero nunca me dijiste que era una pregunta que formulaba un  personaje de Conversación en la Catedral de Vargas Llosa. Solo me preguntabas y hablábamos largo y tendido sobre la situación política que vivimos en los momentos en donde la corrupción política era tan obvia, que yo de 13 años me daba cuenta. Roche grande para los que nos querían hacer cholitos.

Siempre me pedias que te acompañe los sábados y yo te decía que ya porque me divertía hablando contigo, tu refunfuñabas de los políticos y yo preguntaba sobre ellos, sobre canciones de tu época y no me daba cuenta de que así yo estaba aprendiendo más de lo que esperaba. Tanto así que no era necesario que lea la sección A del Comercio, porque me la resumías.

Y era tan extraño todo para mí en un principio, pero en medida que iba creciendo, cada vez que pasábamos por la Ramiro Prialé, la conversación se hacía más versátil porque como yo ya sabía más cosas, saltábamos de tema en tema y debatíamos libremente, tanto así que a veces llegaba a exasperarte con preguntas que te incomodaban en relación a tus opiniones políticas y me mandabas a la mierda sutilmente o de forma rauda. Eso dependía de tu estado de ánimo.

No podía aburrirme contigo porque notaba que te apasionabas tanto lo que contabas, hablabas con una vehemencia de la historia, de las guerras mundiales, de los incas, de la historia de la medicina y sus personajes que te apasionaban, o interrumpías todo para declamar algún poema de Chocano. A veces sentía que Churchill con su pipa y su legado, Pasteur con sus vacunas, Einstein con su corbata de correa, Fujimori con su yuca maldita y Toledo con su gringa insoportable nos acompañaban en cada viaje.

No puedo negar de que habían momentos en nuestra relación de hijo y padre en los que pasábamos por ratos tensos en los que ni si quiera nos mirábamos y saludábamos, pero entendíamos que el amor que hay entre nosotros era suficiente para retomar esas conversaciones, porque nos gustaba comunicarnos de esa forma, chocheándonos para dejar de lado las riñas y seguir conversando. Seguramente buscabas que yo forme mi opinión sobre lo que pasaba. A pesar de todo siempre estábamos para conversar y escucharnos.

Y siempre fue así, hasta muy poco antes de despedirnos. Regresaba de la universidad y te comentaba muchas cosas de las que había aprendido. Aunque al principio te contaba y explicaba de que se trataban las cosas de marketing o las teorías de la comunicación o de qué se trataba la publicidad, porque tu como médico no entendías o te daba miedo que siga estudiando esa carrera que quisiste cambiarme en algún momento. Pero todo lo contrastaba con política, con lo que yo leía, porque sentía que ahora te tocaba aprender de mí. Como que por ahí andaba nuestro idioma.

Y te agradezco mucho que no te hayas interpuesto entre mi vocación y tus gustos. Recuerdo que en uno de esos sábados en que íbamos a las Malvinas a ver cosas, yo tenía 14 años y me preguntaste si ya estaba decidido para estudiar alguna carrera. Me hiciste la pregunta de una forma en la que yo pude interpretar que no te esperabas una respuesta rápida. Estabas esperando que te diga que no sabía nada. De saque te dije periodismo. Te sorprendiste porque esperabas que te diga administración, porque ya te había dicho que quería eso 2 años antes. Te dije que me llamaba eso porque me llamaba la idea de ayudar a la gente para que se de cuenta de las cosas que sucedían a su alrededor. Te hice un buen argumento basado en esa idea. Solo me respondiste “hijito ¿No quieres estudiar ingeniería o medicina?”. Sabias que no era un chico aplicado para los números o la química y también sabias que siempre me gusto la medicina, porque crecí en ese ambiente y mi hermano Jorge siempre hablaba de temas médicos en los almuerzos y yo metía mi cuchara, preguntaba y preguntaba, y ante cada respuesta siempre aprendía algo nuevo.

Trataste de disuadirme muchas veces hasta que un día te cansaste y me dijiste que estaba bien porque era tu culpa. Te culpaste porque cuando era muy pequeño me hablabas de política y yo recuerdo que en las noches que te veía, luego de ver los Picapiedra, dejabas que me quede despierto para ver noticias contigo.

Ingrese a la universidad, me decías periodista y yo normal, estaba tranquilo porque me apoyaste.

De esa primera época, hay un episodio que quedo tatuado en mi. Recuerdo que a mitad del primer ciclo me pidieron que haga un trabajo de investigación. Yo escogí el tema de la masacre a un grupo de periodistas en Uchuraccay. Cuando te comente mi tema, hablamos demasiado sobre tus recuerdos, sobre Vargas Llosa como encargado de la comisión investigadora, de las previas a la aparición del terrorismo y me di cuenta que sabias demasiado. Y te pregunté “¿Cómo sabes tanto?” y me dijiste “Tengo un archivo de eso”.

Me llevaste a la biblioteca de la casa y en unos compartimientos de los estantes de los libros había unas revistas de la época, empastadas para que se conserven bien. Con ese material, invaluable para mi en ese momento, pude realizar una monografía muy amplia, de 73 páginas. Cuando termine ese trabajo estaba emocionado porque era bastante, demasiado y sabia mucho del tema.

Mi investigación no hubiera sido nada sin ti. Por eso te dedique el trabajo en la primera pagina. Estábamos en el segundo piso, tu llegabas de trabajar en el consultorio. Te salude con un beso en la frente y te dije que ya estaba listo ese trabajito que había estado realizando por dos meses.

Te lo entregué y recuerdo que solo habías leído la primera página, la dedicatoria, esas dos líneas escritas en cursiva y en negrita, para que me mires con los ojos llenos de lágrimas, pero lagrimas de felicidad. Yo te abrace porque pensé que te dolía algo y me dijiste sollozando que te enterneció lo que puse, que nadie te había dedicado su trabajo de esa forma. Yo también me puse a llorar pero caleta no más. Te abrace muy fuerte y te dije “te quiero mucho, viejito”

Luego de eso, conversaba contigo todas las noches de todo lo que pensaba y pasaba, salvo las contadas veces que peleábamos, cosa que sabíamos que era natural entre padre e hijo. Y conversamos hasta el final.

Por eso, hoy necesito tu voz, tu opinión, tu razón. Hoy que Vargas Llosa ganó el Nobel, necesito que me vuelvas a contar lo que leíste en Pez en el Agua, que me cuentes cuando Mario de pequeño pensaba que su papá había muerto y un día le presentan a un señor que era su papá, y cuando ese señor pensaba que su hijo era bohemio y marica porque escribía poesía. Y me gustaría decirte que no me gusta Vargas Llosa y que prefiero a Gabo porque es más creativo. Y conversar como antes sobre el ojo morado del colombiano a manos del arequipeño. O que me digas que no te gustan las novelas largas, que siempre te gustó el Carmelo de Valdelomar porque te hacía recordar cuando estabas chiquito en la casa de tu mamá y llegaba mi tío Máximo en su caballo. Que me recuerdes que leíste Cien años de Soledad porque un médico en Huánuco te dijo que Melquiades, tu tocayo, era un personaje de ese libro y que solo por eso te interesó.

Quiero escucharte y que me escuches porque era la manera en la que existíamos. Y más paja aún con Fernando, con quien cada vez que repetías una anécdota, nos mirábamos y bromeábamos con el hecho de que ya habías contado esa. O los almuerzos de domingo en los que la sobremesa duraba horas de horas y aprovechábamos para no lavar los platos. Extraño conversar contigo en el jardín, cuando tenías tu periódico al lado y lo dejabas solo para conversar. Extraño explicarte porque dejé de querer periodismo por marketing,  explicarte que me gusta todo lo estratégico que se esconde en el mercado.

Extraño que refutes mi frase “es cortina de humo”, que usaba para molestarte. Ahora la uso para molestar a mis amigos y en la oficina, aunque sabias que a veces yo tenía razón. Extraño ir a tu cuarto después de ver Dr. House para conversar sobre los diagnósticos y las enfermedades que ahí se exponían o hablar sobre chicas, sobre la inteligencia de nuestros perros  y sobre tus recuerdos de adolescencia.

Extraño despeinar tu peinado con gel y preguntarte que habías leído en el periódico. Extraño cuando me contabas que habías sacado tu primera libreta electoral en el APRA y no en la Reniec, porque estaban haciendo un fraude en ese entonces.

Aunque no importa porque siempre tuvimos calidad de tiempo y compartimos muchas cosas. Buenas charlas. Aprendimos mucho de los dos. Entre nosotros hubo calidad de tiempo. Pero me enterco con algo. Me jode no hablar contigo sobre el Nobel de Vargas Llosa y escuchar por enésima vez la historia de los premios Nobel de Medicina que tiene Argentina.

Esta canción del pelao me sirve mucho en este momento y por eso la pongo. Algo haré con esta canción para tu cumpleaños. Aunque odiabas cuando el pelao cantaba "cuando llora mi guitarra".


Escrito por

gabovillarreal

Comunicador, warketero, Wikipediero, Melómano, peliculero y medio dramático. Decidido a embarcarse en esta aventura extraña y a punto de conseguir su ansiada libertad f...amiliar


Publicado en

Villa Irreal

Sin television y sin cerveza, Gabo pierde la cabeza...